martes, 29 de noviembre de 2011

Historia de la Semana Santa de Cádiz


1.- Orígenes y primeras hermandades

La Borriquita de Cádiz
Las fuentes bibliográficas no aportan testimonios documentales solventes de cofradías penitenciales anteriores al siglo XVI, aunque es innegable la celebración de vía crucis cuaresmales y en la propia semana pasional de manera espontánea, con una mínima organización a cargo de agrupaciones de devotos ya desde el siglo XIV y sobre todo el XV, iniciadores del fenómeno de la religiosidad pasionista moderna que, tras las misiones apostólicas de las órdenes mendicantes -en especial, franciscanos- adquiere una personalidad propia entre la base popular así como una autonomía consentida por la jerarquía eclesiástica aunque pronto, en aras de una sujeción más efectiva a este fenómeno, decretara medidas de control muy específicas y formalizara la erección de estas asociaciones devocionales como hermandades, aunque ya de facto contaban con una incipiente organización.
Las primeras hermandades penitenciales en sus advocaciones, destacando las de la Vera Cruz, Jesús Nazareno y Santo Entierro, de las que se tienen ya noticias ya en el siglo XVI. Las de la Vera Cruz tienen su origen en los conventos de la orden de San Francisco, muy extendidos por la provincia y cuyos frailes, como queda indicado, fueron grandes difusores del uso penitencial. Caben destacar a las hermandades de Arcos de la Frontera o El Puerto de Santa María, de principios de siglo (1505), la de negros de Sanlúcar (1525) o la de Jerez (1542).

En Jerez capital hay un mayor número de hermandades que surgen en esta época, pero en el resto de pueblos y ciudades de la diócesis no ocurre así, al menos en función de la documentación hasta el presente consultada. Aunque fundamentalmente las hermandades se nutren de laicos, es significativo detallar la existencia de una hermandad clerical denominada del Perdón en Arcos de la Frontera con veinticuatro sacerdotes numerarios que rigen la corporación.
Humildad y Paciencia 

2. La Semana Santa en el siglo XVII y primera mitad del XVIII
En el siglo XVII se generalizan las hermandades y cofradías en las dos actuales diócesis y comienzan a configurarse las bases de las celebraciones penitenciales en la Semana Santa en el aspecto externo así como la personalidad jurídica esencial de las corporaciones. Pero es ya en el siglo XVIII cuando se consolidan tanto la estructura de las hermandades como la de las procesiones de Semana Santa, que adquieren su canon definitivo, detectándose una etapa de indudable apogeo.

Quisiera referirme en este período a las grandes ceremonias generales que tenían lugar durante la Semana Santa y que eran vividas por el pueblo con espíritu de unidad cofradiera, independientemente de las estaciones de cofradías concretas. Actos de indudable semejanza se hallan documentados en Sevilla en el siglo XVI. En Jerez, por ejemplo, se constatan en el siglo XVIII tres grandes ceremonias: Las Tres Caídas, el Descendimiento y la procesión del Santo Entierro. Las dos primeras tenían efecto durante las estaciones penitenciales de las hermandades del Nazareno y de la Piedad y son claramente relacionables con la del Nazareno de Sevilla la primera y con la ceremonia del Calvario que se llevaba a cabo en el barrio de los Humeros, la segunda. En Rota se celebraba una procesión del Nazareno con Via Crucis y Sermón de Pasión.

Este tipo de ceremonias, muy imbuídas del espíritu efectista del Barroco, revelan sin duda reminiscencias de lo que fueron los orígenes de la propia Semana Santa moderna, antes incluso de las procesiones penitenciales más primitivas y, por supuesto, las específicamente barrocas con sus pasos de Misterio, que de alguna manera plasman esculturalmente estas ceremonias así como las antiguas escenificaciones sacras, a las que aquí no nos referiremos. Huellas de estas ceremonias se detectan todavía en poblaciones muy concretas de España como Bercianos de Aliste (Zamora). En Jerez, a diferencia de Sevilla en donde son prohibidas a principios del siglo XVII, van a pervivir incluso en el XIX unidas al resto de las procesiones en una significativa simbiosis popular y particular de la Semana Santa y las cofradías.

Según Repetto, las cofradías jerezanas no realizaban la estación penitencial -antes de nuestra época a estudio- a un sólo lugar, sino que visitaban siete iglesias, entre ellas la entonces Colegial, con el objetivo de ganar las indulgencias concedidas para las visitas a los Sagrarios. Esta situación se mantendrá hasta que las medidas ilustradas de la segunda mitad del XVIII centralicen las estaciones únicamente a la Colegial. No obstante, Repetto no aduce ningún documento justificativo tanto más cuanto que en la sede metropolitana desde 1604 era obligada la estación a la Catedral de las cofradías de Sevilla y a la parroquia de Santa Ana las de Triana. Puede parecer un tanto extraño que en Jerez se siguiera permitiendo esta práctica de los siete sagrarios que también era común en Sevilla hasta la citada fecha. Ciertamente quizá la situación de inflación que se registraba en Sevilla no se producía en Jerez y no había razón pastoral para la inmediata centralización, pero no está claro tampoco este extremo. Quizá habría que investigar más sobre este punto, tratando de rescatar Reglas posteriores a los primeros años del siglo XVII y anteriores a las citadas medidas ilustradas (aunque es preciso también aclarar que desde 1695 la Colegial estaba cerrada al culto).

Todo ello es importante pues se podría establecer el grado de control de la autoridad eclesiástica sobre estas procesiones y si en Jerez, como estimo, tuvieron real incidencia las disposiciones sinodales de Rodrigo de Castro y Niño de Guevara. Nada de todo este asunto se detalla hasta las normativas ilustradas de la segunda mitad del siglo XVIII y eso hace que resulte difícil enmarcarlas en su justa apreciación.
La Sentencia 

3.- La Semana Santa y la Ilustración
Es constatable la existencia de impugnadores de las procesiones de Semana Santa y de las propias cofradías entre el clero en el último tercio del siglo XVIII que plantean continuas denuncias ante el gobierno ilustrado acerca de la indignidad de las mismas, su irracionalidad, claras reminiscencias supersticiosas, inutilidad...y abogando por una purificación radical de tales prácticas. El poder civil se involucra directamente en la esfera religiosa y eclesiástica en el marco de los esquemas regalistas de la época y establece diversas disposiciones de control directo sobre instituciones eclesiales y, entre ellas, las hermandades y cofradías, a las que obliga a presentar Reglas ante el ordinario gubernamental del Consejo de Castilla para su aprobación, proceso que culmina en 1783 con una Real Orden suprimiendo a todas aquellas que no cumplan estos requisitos.

En el caso de Jerez, que es el más documentado, este clero refractario a la religiosidad popular asume un papel relevante en la figura del Vicario Manuel María Pérez, unido a una actitud tempranamente categórica del Consejo de Castilla extinguiendo las cofradías 12 años antes que en Sevilla y la generalidad de la nación; si bien es cierto que el informe previo y negativo de Olavide fue coetáneo a estos hechos.

Ciertamente se observa la existencia de relajación y abusos en este tipo de manifestaciones de religiosidad, lo cual no constituye una novedad (ya a principios del siglo XVII en Sevilla, Niño de Guevara las resaltaba en los cánones del sínodo de 1604), pero sí contrastaba con las ideas ilustradas. El Barroco pervivía entre el pueblo, pero sus manifestaciones religiosas se iban tornando huecas y superficiales. La religión, poco a poco, va dejando ser la única instancia ideológica entre el pueblo, y la cotidianidad tiende a desaparecer. Es sintomático el caso de los rosarios en Sevilla, generadores de continuos disturbios o el del alquiler de flagelantes en las procesiones de sangre, tratando de mantenerse una apariencia, una estética que iba dejando de ser real.

Con esto no quiero decir que este tipo de religiosidad dejara de tener arraigo en el pueblo, sino que era precisa una renovación de estas prácticas. En este sentido, por ejemplo, el rosario de la aurora sustituye espontáneamente a las procesiones nocturnas, excesivamente recargadas. Resulta evidente que el pueblo de Jerez sentía como algo propio las procesiones seculares de Semana Santa porque constituía una parte integrante de sus cofradías y participaba activamente en su celebración. Los abusos y corruptelas se constatan como ciertos y se tenía conciencia de ellos, aunque en modo alguno se consideraban índices de una degeneración del fenómeno. Hay que pensar en este sentido que estos abusos fueron magnificados por determinados sectores ilustrados en el poder civil y en el ámbito curial diocesano con el fin inequívoco de renovar desde el Estado estas prácticas que eran rémoras de una religiosidad barroca que perjudicaba el "bienestar" del pueblo. Es el paternalismo propio del Despotismo Ilustrado que, muchas veces sin analizar ni comprender suficientemente esta religiosidad popular, trataba de anularla desde la fuerza de la ley. Necesariamente una política así habría de fracasar, aunque en el caso de Jerez apareciera como un logro oficial. De hecho, resulta extraño que, casi sin mediar informes, se extingan las cofradías. No resulta fácil comprender que, pese a la resistencia popular, las autoridades oficiales pudieran conseguir con relativa facilidad sus propósitos y que las cofradías terminaran plegándose e iniciando una clarísima decadencia tras la crisis. La figura de Pérez concuerda perfectamente con la del alto clero ilustrado de Córdoba o Sevilla.

Mientras que en Sevilla las cofradías afrontan el problema y la disposición civil no pasa de ser un trámite jurídico ante un decreto más oficial que efectivo y continuaron desarrollando casi sin traumas su vida activa, en Jerez parece ser que esto no pudo ser posible. Se hace lógico pensar en una cierta decadencia dentro del ámbito cofrade que no pudo resistir esta presión. Cabe decir así que unos años después de la supresión, hermandades como la Vera Cruz o el Nazareno salvan sin muchas dificultades las trabas jurídicas. No obstante, el hecho de prohibir las cofradías no significó que dejaran de celebrarse las procesiones de Semana Santa. Aunque resulte algo paradójico es perfectamente constatable. Se trata de mantener la celebración dada su popularidad y raigambre, pero eliminando a las hermandades, que son asociaciones ilegales a la luz de las disposiciones oficiales del Consejo de Castilla...aunque lo cierto y verdad es que eran los propios cofrades de cada hermandad los que seguían organizando las procesiones, aunque sin identidad corporativa alguna. Evidentemente las procesiones de Semana Santa eran algo connatural al pueblo y no resultaba prudente suspenderlas, por lo que se optó por suprimir a las instituciones que conformaban esta religiosidad, tratando de privar a estas manifestaciones de una estructura organizativa e ideológica que no parecía a las autoridades congruente con la religión "utilitaria" que convenía a las gentes.

Me inclino a pensar, concluyendo, que estas medidas ilustradas coinciden con una grave crisis de la religiosidad popular, que es general en Andalucía dentro de una fase de transición hasta asentarse de nuevo en una sociedad cambiante y en búsqueda asimismo de una nueva configuración en su estructura socio-económica, política y mental. No existen datos muy concretos sobre otras poblaciones gaditanas, ni en el mismo Cádiz, pero estimo que la situación no debió no debió ser muy diferente, aunque sin la radicalidad de Jerez. Así la Hermandad de la Vera Cruz en Cádiz, que había atravesado un gran período de expansión en el siglo XVIII, se debilita notablemente en sus años finales y prácticamente se extingue. En el propio ámbito de Jerez, Arcos de la Frontera, la incidencia tuvo lugar a partir de 1783, es decir, que no le afectaron las disposiciones de 1772 sobre Jerez y sus consecuencias no fueron determinantes, pues aunque fueron disueltas dos hermandades, no tardaron éstas en superar la situación.

Comienza así la contemporaneidad para la Semana Santa, con una evidente inquietud entre las cofradías, pero en la misma línea de arraigo popular del Barroco.

Veracruz 

4.- El siglo XIX
Se trata de un período de transición en donde las cofradías se asientan en la nueva sociedad que, sin embargo, permanece bastante identificada con ellas, a pesar de algunas etapas críticas, como se verá. Hay una dependencia ciertamente estrecha de las cofradías respecto del ordinario civil, originándose casos aparentemente extraños en los que la restauración de una cofradía la lleve a efecto la disposición de un alcalde, que aprueba sus Reglas; ciertamente su situación jurídica no fue totalmente conforme hasta que se produjo la confirmación de la autoridad eclesiástica, pero lo cierto fue que la primera disposición civil hizo posible su vida activa. Fue el caso de la Hermandad de la Vera Cruz de Cádiz en 1845.

En los primeros años de este siglo se asiste a un cierto mantenimiento de la situación de decadencia de finales del XVIII. La invasión napoleónica incide en esta crisis. En San Fernando se constata que la Hermandad de la Expiración se extingue voluntariamente ante el hecho de que todos los miembros de su junta de gobierno decidieran incorporarse a la lucha armada contra los franceses y es que se trataba de una corporación donde los cofrades más representativos pertenecían a la nobleza de la Armada.

A partir de los años 20, en coincidencia con el Trienio Liberal, se emiten una serie de nuevas medidas restrictivas, a las que se unen las campañas desamortizadoras posteriores, que afectan a no pocas sedes canónicas de hermandades.

A mediados de la centuria se observa una tímida revitalización. Es la época en la que el alcalde de Jerez aprueba las Reglas del Nazareno y se restaura la cofradía del Mayor Dolor y en Cádiz la Vera Cruz y Columna y Azotes. En el ámbito nacional se firma el Concordato con la Santa Sede por el gobierno liberal. Se documenta igualmente la celebración de las ceremonias de las Tres Caídas, Descendimiento y Sermón de Pasión por la Hermandad del Desconsuelo de Jerez. Tras este período, se produce la coyuntura relacionada con la Revolución de 1868. En Cádiz ninguna cofradía realizó estación salvo la de Jesús Nazareno.

Tras este intervalo, el último tercio de siglo experimenta la reorganización generalizada de las cofradías y de la Semana Santa que continuará hasta los años 20 del presente siglo. Respecto a esta época hay que señalar en primer lugar el hecho de que la jerarquía eclesiástica recupera el control efectivo de las cofradías. Así en Cádiz, el obispo Catalán y Arbosa intenta revitalizar el culto externo en 1881, lográndose la recuperación de diversas procesiones de Semana Santa. Por otra parte, el cardenal Spínola, arzobispo de Sevilla, emprende una labor de reordenación de estas instituciones, sometiéndolas más directamente a su autoridad. Es como una reasunción de competencias perdidas tras un largo período de omisión en favor del regalismo del poder civil. Todo ello se recoge en una circular de 1899 publicada en el Boletín del Arzobispado. LO cierto y verdad es que coincide esta revitalización cofradiera con la intervención efectiva de la autoridad eclesiástica. De hecho, el clero interviene activamente en esta etapa, siendo incluso co-fundadores o co-restauradores de varias hermandades.

Por otro lado, según Repetto, parece observarse una reactivación de las hermandades con el único objeto de la salida procesional, es decir, serían sólo asociaciones procesionales y lo achaca a las medidas ilustradas del XVIII. Es difícil precisar tal aserto. En Cádiz se detecta un fenómeno parecido cuando en 1889 se constituye una junta de priostes y mayordomos que pidieron apoyo económico al vecindario, recibiendo el de las autoridades civiles. Se crea así la Junta de Procesiones. Habría que estudiar mejor las hermandades y comprobar si realmente no existía una vida interna o simplemente que se dedicaba una atención especial a la procesión de Semana Santa, que en Cádiz se nutre de elementos alegóricos, con lo que parece que esta última opción puede ser válida, incluso desde el punto de vista de Repetto, aunque el caso de Jerez es diferente.

Es ya observable una paulatina recuperación de las cofradías tras una larga transición, que salvo la coyuntura de la Guerra Civil irá en aumento. Al igual que el absolutismo ilustrado, los gobiernos liberales desarrollarán una política diversa respecto a las cofradías, predominando el intervencionismo, sin que esto signifique un cambio de postura del Estado respecto a ellas, sino que se continua en la línea ilustrada de laicización de la sociedad; sólo que con los liberales la Iglesia pasa de sometida o aliada incondicional a estar separada de hecho del poder, detectándose una actitud contraria que prende en parte del pueblo, sobre todo en las capas más humildes y en el incipiente proletariado, que es el anticlericalismo, que va a afectar también a las cofradías por el clima de temor que provoca en los ámbitos eclesiales y que se hacen palpables en los momentos de radicalización de los partidos progresistas y en la Revolución de 1868, preludiando los acontecimientos posteriores de la II República.
Ecce Homo

5.- El siglo XX
En la época contemporánea es el siglo XX el de mayor apogeo del fenómeno cofradiero y de la Semana Santa, al menos desde un punto de vista cuantitativo, con una creciente masificación que tiende hoy en día a desvirtuar el sentido de la celebración y que es consecuencia de un proceso paulatino motivado en parte por una serie de coyunturas favorables objetivamente.

Así, tras un resurgir y mantenimiento en los años 20, el fenómeno parece declinar un tanto y aletargarse durante la II República por factores coyunturales bien tristes como asaltos o persecuciones a edificios y personas relacionadas con la Iglesia y subjetivos derivados de aquellos. No obstante, tras una incertidumbre y temor justificados, las cofradías vuelven de nuevo a salir en los años anteriores a 1936, interrumpiéndose este año, pero no los siguientes al integrarse la provincia de Cádiz muy pronto en el territorio de las tropas de Franco.

Habría que profundizar en las circunstancias de esta época en relación con las cofradías. Es esa cuestión del miedo real que se palpaba entre los cofrades y que ha analizado en el caso de Sevilla el profesor Domínguez León y que está relacionado con la cuestión política. Siempre he pensado que las cofradías están bien arraigadas en el pueblo y no suelen actuar al dictado de ideologías por cuanto su base es heterogénea socialmente. Esto no quiere decir que sus dirigentes no lo pudieran hacer, lo que se puede constatar, como también que cofrades bien caracterizados contrastasen en ideología con los que forman la junta de gobierno de su cofradía. Gracias a ello, ha sido posible su secular pervivencia en las más adversas condiciones. Tampoco quiero decir que no se vieran utilizadas por estas mismas ideologías, incluso en propagandas políticas de la época de la II República y Guerra Civil. Desgraciadamente los trabajos de la Semana Santa de Cádiz y Jerez no insisten en este período y se limitan a narrar los hechos lastimosos de muchas cofradías afectadas e imágenes y enseres por asaltos a sus sedes, que fueron numerosos. Pueden igualmente señalarse casos puntuales en el aspecto negativo tales como el de los nazarenos de la Hermandad de la Buena Muerte de Cádiz que hubieron de soportar que en parte de su itinerario les colocaran tachuelas en las calles a sabiendas de que la mayoría iban descalzos...o el triste suceso ocurrido en Sanlúcar de Barrameda donde las procesiones y sus integrantes fueron perseguidos a pedradas por las calles.

Tras la ocupación de las tropas de Franco y, sobre todo, a partir de la terminación de la Guerra, se vive un clima exacerbado de nacional-catolicismo que impregna todas las facetas de la vida ordinaria. Es muy importante el número de cofradías que tienen su origen en los años 40 igualando al de las antiguas. El ambiente se hace propicio para estas nuevas fundaciones o restauraciones en una Semana Santa que adquiere pomposo realce.

La antigua alianza entre el trono y el altar parece reverdecer por el apoyo de la jerarquía católica al régimen de Franco tanto en la Guerra (que es declarada como Cruzada por la inmensa mayoría de los obispos) como en la posguerra. Las cofradías también se involucran en esta dinámica y es general la asistencia de autoridades civiles y militares a las procesiones ocupando lugares de preeminencia así como con la concesión de cargos honoríficos. Se trata de un tipo de hermandad excesivamente orientada hacia lo externo en pro de esa religiosidad un tanto sociológica que se vive en estos momentos tras una contienda fratricida.
Un fenómeno derivado de este nacional-catolicismo fue el que tuvo lugar en Cádiz y también en otras poblaciones en los años 50 cuando las cofradías atravesaron una grave crisis económica que hacía peligrar las salidas procesionales. Se generó entonces una campaña de concienciación pública en la que intervinieron activamente los poderes civiles y económicos, organizándose una especie de patronatos dirigidos por entidades gubernamentales, empresa, sindicatos y también cuerpos militares. Así, por ejemplo, en La Línea de la Concepción una hermandad estaba integrada en la Real Balompédica Linense.

Este incremento de procesiones continua en los años posteriores tanto en las capitales de las diócesis como en el resto de las poblaciones hasta asentarse en los años 60 y 70, aunque en la actualidad sigue muy viva la inquietud de fundar nuevas cofradías, pero ya las motivaciones son mucho más variadas, observándose un mayor incremento de la espiritualidad interna, de la vida activa durante todo el año, mayor dedicación a la formación, catequesis y obras asistenciales...y todo esto hay que relacionarlo con el influjo renovador del Concilio Vaticano II y sus aplicaciones concretas en las diócesis a estudio que si, en un principio, fueron recibidas con no pocos recelos en los ámbitos cofrades, poco a poco se han ido asumiendo y adaptando a la idiosincrasia propia de cada corporación aunque con un creciente espíritu eclesial. Igualmente todo ello va unido a un progresivo desarraigo de la Iglesia frente a los estamentos civiles. Es ahora cuando comienza el fenómeno de los grupos jóvenes que en cierta medida vienen a purificar la excesiva superficialidad de las hermandades, sus ímpetus exclusivos de cara a la Semana Santa y van a potenciar esas otras nuevas cofradías más austeras y penitenciales. Es un fenómeno interesante que se da en toda Andalucía occidental con Sevilla como pionera...que surge como reacción al tipo comentado de hermandades con una religiosidad demasiado externa y festiva, sociológica...tras una dura etapa de represión.

Esta es la situación actual, en búsqueda de una identidad en los nuevos esquemas de la sociedad, con una mayor eclesialidad en sus cuadros dirigentes, aunque sin abandonar nunca la autonomía que ha sido fundamental para conservar el arraigo popular. La cofradía se sigue consolidando como instancia natural de la religión del pueblo, concebido como comunidad de ideales y esperanza.

Precisamente esta personalidad tan marcada de las cofradías originan algunos problemas en ambas diócesis con la jerarquía porque resulta muy difícil uniformar criterios respecto a ellas y es muy variopinta la mentalidad de sus cofrades y su actitud respecto a la Iglesia institucional, aunque generalmente la sumisión a la jerarquía es permanente. No obstante parece que en los últimos años se tiende a una mayor comprensión de la religiosidad popular por parte de los obispos e incluso del Papa en sus visitas a Andalucía, pero todavía con demasiados recelos y prejuicios de marcadas raíces históricas.

A pesar de todo, es indudable que en ambas diócesis las cofradías han estado permanentemente muy estrechamente unidas a la base de la población y en muchos aspectos han sido y son algo más que unas asociaciones religiosas tradicionales, pues se constituyen en signos fidedignos de la religiosidad vivida por las poblaciones de Cádiz y de Andalucía en general.
Afligidos

Carlos José Romero Mensaque




fechas fundacionales de las cofradias gaditanas




Siglo XVI

Siglo XVII

  • EL ECCE-HOMO a mediados del siglo XVII en el Oratorio de la Orden Tercera de la calle San Pedro, pasando a la Iglesia de la Conversión de San Pablo en el siglo XVIII ocupando la imagen del Señor la hornacina central del Altar Mayor, privilegio que se le concede por las ayudas prestadas por la Hermandad en las obras de ampliación de la Iglesia.

Siglo XVIII

Siglo XIX

  • LA BUENA MUERTE. Fue fundada en 1894 en San Agustín, celebrando sus primeras elecciones el 4 de diciembre de 1895. Es la única corporación de penitencia que se funda en Cádiz a lo largo de este siglo tan cargado de incidencias políticas.

Siglo XX

Siglo XXI


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